lunes, 27 de julio de 2015

La literatura sirve porque no sirve. ¿Qué hay de la vuelta a la “literatura en valores”?
“(…) Los corrales cambian de sitio, se modifican, se disimulan, pero están”

GRACIELA MONTES.



Obra del artista plástico Emilio Arano


De un tiempo a esta parte vengo escuchando aquello de la “literatura en valores”,  en distintos  ámbitos y sostenido o repetido por distintas personas. Un escritor muy conocido del campo de la LIJ, a quien no mencionaré, dijo por ejemplo,  hace unos meses atrás en el marco de un seminario que: “hay escritores que critican la literatura en valores, bien, yo soy un defensor de esa literatura”, sin explicar a qué se refería. Tiempo después una amiga que escribe, con intenciones de publicar,  me dijo que ahora estaba de moda la literatura en valores, el hecho de hablar de temas sociales y políticos y que sus obras para niños  no iban para ese lado y que era eso quizás lo que le obstaculizaba el hecho de publicar. Entonces charlamos esto de que si  la escritura, quiero decir, la historia misma lleva a un escritor/escritora a que su obra tenga un contenido un escenario o un trasfondo de tipo social o político, o a tratar sobre algún valor (la libertad, la bondad,  la belleza, lo justo), o si es una decisión contar la historia desde esa perspectiva, no veíamos nada de malo en ello. Pero a mí, la cuestión de la literatura en valores me resuena desde otro lugar. No puedo dejar de asociar lo que vengo escuchando, aunque no sea más que en clave de   rumor –y en este sentido, invito a sumar voces, puntos de vista, pareceres- con la educación en valores. No sé si lo que el río trae tiene que ver con esto (estoy siguiéndole la pista) , pero  ¿con qué tiene que ver entonces? En todo caso no es malo adelantarse, hemos ganado mucho terreno en este sentido, luego de la vuelta de la democracia como para no parar las antenas ante algo que no suene aunque sea mínimamente a un intento de cercamiento, de plantar un corral, de cercenar la frontera indómita de la que habla Graciela Montes.
Recuerdo que yo misma en mis primeros pasos en la docencia (con apenas veinte años) compré, cuando alguna situación me superaba, una pila de esos libros que por aquella época se llamaban todos parecidos “Educar en valores”, “Cómo ser un docente que educa en valores”, “Los valores y la escuela” (nota aclaratoria: no googlear títulos, son inventados, excepto creo, el primero, al no poder chequearlo con los libros, que fueron víctimas del expurgo en mi última mudanza). Sólo algún tiempo después (experiencia después), y metida de lleno en la cancha como se dice, advertí la falacia.
¿Para qué una literatura sobre valores?, y en todo caso,  ¿sobre qué valores? ¿Los tuyos, los míos? ¿los de mi comunidad, mi grupo de pertenecia, mi religión, mis creencias?  ¿Quién asegura, quién  o quiénes seleccionan qué valores están representados en esas historias? Me huele a mercado. Y reeditadas formas de domesticación. La literatura sirve, precisamente, porque no sirve. Sirve porque es inútil.  Porque detrás está también la lógica de lo útil, de que, lo que leo o aprendo, tiene que servir para algo en el sentido más pragmático del término. Dice María Teresa Andruetto (2009) que "...lo humano es la posibilidad de acceso al exceso, es la posibilidad de acceso a lo superfluo (...). Y cuenta:  Cuando estaba en México, en un proyecto de ayuda a sobrevivientes del terremoto, un niño que había estado tres días debajo de escombros, cuando salió dijo que quería leche calentita y fideos con manteca en lugar de decir que tenía hambre. La literatura, el arte forman parte de eso superfluo, lujoso y por eso tan profundamente humano. Posibilitar (...) un modo de inclusión que busca no sólo la satisfacción de una necesidad sino también el exceso, el traspaso del límite de lo estrictamente necesario hacia la gratuidad de lo que no siendo indispensable, lo humano requiere (...)". 
Fotografía de André Kertész
Porque pienso también en aquello  de que la escuela es a veces el único lugar donde un niño o niña, un adolescente, puede encontrarse con el libro, con la literatura. Entonces, en este caso, de una situación de carencia inicial, de recorte ese chico pasa a un segundo recorte,  a una segunda carencia que se agrega, a una selección de lo que es bueno, de lo que conviene que lea.


La literatura desborda

Hay que defender el derecho al exceso, porque eso es la literatura: desborde, siempre.  Y si se deja encerrar en cápsulas para ya no es literatura, será otra cosa, pero no literatura. Porque cuando se le agrega cualquier etiqueta en forma de adjetivo a la palabra “literatura” está operando ya un recorte, un cercamiento, una censura, un “para...”. En su ya clásica obra Cara y Cruz de la literatura infantil, María Adelia Díaz Ronner llamó la atención sobre las diversas formas en que, desde la escuela, se colocaba  a la literatura al servicio de prácticas formativas de diversos órdenes: ético, psicológico, psicopedagógico y en el peor de los casos el normativo. Ella hablaba de “prácticas de servidumbre”, de “tutelajes” y de “intrusiones” de otras disciplinas en el campo de la literatura infantil, mencionando que una de las variantes más actualizadas de estas intrusiones es la del “discurso de los valores” en literatura, de la “literatura con valores” y del curriculum basado en los “valores”. Hoy más que nada esas intrusiones provienen del mercado editorial, o de cierta parte del mismo. Entonces, hay que estar muy atentos al didactismo, a ese ejercicio de lenguaje autoritario del adulto sobre el niño. La literatura, lo sabemos,  no tiene nada que ver con el didactismo ni con la moral. Y hay que defender sobre todo a la literatura dirigida a los niños de estos intentos, de estos embates  (y no por subestimar a nuestros niños, sino por el contrario, porque son  ellos, los  “intrusos”, quienes los subestiman).
En esta literatura “el peligro  es el vacío, el crecimiento desmesurado de la nada” (Andruetto, 2009).    Y la literatura –y  la escritura- tiene que ver con una exploración y una experiencia intensa con la palabra, con algo cercano a la vida. En todo caso, un texto “sirve” no cuando parece decirnos  “por acá, por favor”, sino cuando nos invita a múltiples lecturas y recorridos, a volver a él uno y otra vez. “La literatura es un instrumento privilegiado de intervención sobre el mundo” por lo tanto, ponerla al servicio de ciertos valores es una de las tantas maneras de reducirla, de sujetarla, de acorralarla.
Estas reflexiones son apenas una invitación a pensar. Ya veremos si es verdad eso de que si el río suena…





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