jueves, 9 de julio de 2015

Colegios que  matan (II). Morir dos veces



Imagen tomada de la web

Algunos días después de lo de Nuñez me topo con la noticia de que encontraron muerta a otra adolescente, esta vez, en Haedo Norte. Se trata de  Leonela, una chica de 12 años quien se ahorcó en una obra en construcción pegada a su casa. Otra víctima de bullying. Pero acá lo que captura mi atención y quiero señalar es algo que no debería sorprenderme pero, me sorprende. Sí. Algo que me tranquiliza digo, en un clima interno que me susurra algo como “todavía hay un cachito de esperanza”- que el fiscal del caso, entrevistado en vivo en un canal de cableante la obscena  insistencia de los periodistas con preguntas acerca del estado del cuerpo (¿marcas? ¿ropa? ¿soga?) se mantiene firme y sólo se limita a repetir que por respeto a la menor y a la familia no va a responder  ese tipo de preguntas. Tuvo que reiterarlo al menos cinco veces (las conté). Mancillar  el cuerpo y el nombre. No importa quién sea Leonela, en serio ¿a quién le importa? Después de todo es una piba más. Lo que importa es el fenómeno. La dimensión, los condimentos y los ribetes  que puede adquirir una noticia, aunque sea la del suicidio de una adolescente, de una nena de 12 años. Entonces ahí, en esa lógica claro cabe la pregunta por la soga, por el estado del cuerpo, por el estado de la familia (¿la familia, está en shock?). El morbo.  Dice Sandra Carli en su libro “La cuestión de la infancia” que en el enfoque mediático de los hechos se borra “la polisemia personal, los matices de cada historia individual, de las tragedias de cada pequeña historia”. Y es cierto. Cada caso es un caso policial, los nombres aparecen vaciados de historia, las víctimas ubicadas en un lugar que siempre es ‘otro’.
Entonces más tarde o más temprano aparece Facebook para rellenar un silencio que sería terrible porque llevaría a pensar, a reflexionar.  Mientras en la pantalla se fija la imagen del lugar del hecho un periodista habla de las últimas fotos subidas en Facebook, de la soga (la soga, el morbo, la soga, el morbo, la soga) que días atrás Leonela subió como foto de portada…¿y qué nos dice esto? No importa, por ahí algo tiene que ver, pero  si algo tiene que ver igual la pregunta por el comportamiento de los chicos en las redes no aparece.  Después sigue lo de la doble identidad o identidad falsa  (cierto también que tener más de una cuenta en Facebook y hablar de la vida íntima hasta el hartazgo es privativo de los adolescentes, ¿no?). El tema del suicidio adolescente sigue pasando de largo. Y hay algo más: un periodista, demasiado humillado porque su fuente de información "le falló", porque su versión de los hechos no se confirmó - que supuestamente Leonela había sido atacada-  desliza un prejuicio tan burdo que es imposible dejar de escuchar, no registrar: para justificar su versión dice que habiendo al lado de la casa una obra en construcción,  era más que lógico pensar que los trabajadores de la obra podrían haber encontrado una oportunidad. Cierto que con tener la oportunidad nada más  basta para que una persona se vuelva acosador, violador y/o asesino. Es que reconozcámoslo: cuánto mejor, cuánto más aliviador si  el motivo de la muerte de Leonela hubiese sido un desconocido, un loco o un obrero de la construcción que vió la oportunidad y la aprovechó. Es más tranquilizador porque pensar en qué lleva a una adolescente a suicidarse a los doce años te golpea como una piña. Tan doloroso como irremediable. O por eso mismo. O por irremediable cuando ya pasó pero que hace sentir la puntadita de que algo, algo tenemos que ver los grandes. Los adultos responsables. Y acá vuelvo sobre lo que decía Graciela Montes y traigo también a la psicoanalista y educadora Perla Zelmanovich quien, en un texto bisagra para mí Contra el desamparo, dice sin rodeos que siempre, siempre, frente a los más chicos y adolescentes el adulto es el responsable, que la alteridad debe mantenerse. Sin embargo hay chicos que crecen en el desamparo de los adultos: “existe una frontera que, aunque a veces se desdibuje, marca diferencia y distancia con los adultos. Podemos seguir el rastro de esa diferencia en el desamparo originario, en la completa dependencia del Otro que inaugura la vida del cachorro humano. Allí encontramos la huella que hace de la relación con los adultos una relación asimétrica necesaria y facilitadora del crecimiento, de la que necesitan servirse los pequeños, sea cual fuere su condición. Necesidad de un Otro que tiene una función constituyente para el sujeto”. El desdibujamiento de esta frontera entre chicos y adultos, entre padres e hijos, entre alumnos y maestros termina por ‘llevarse puesta’ una parte de las responsabilidades. El psiquiatra Enrique de Rosa dijo, al ser consultado,  el día de la noticia de Leonela que hay una creencia  entre los adultos de que el adolescente ya está armado (“Ya es grande, se puede arreglar solo”), una idea de que los chicos ya saben todo y de que no es necesario saber todo el tiempo lo que hacen porque uno queda como un metido. Y entonces las redes a veces son el único medio donde tejen, improvisan una trama que los ayude a construirse, donde en lo inmediato, al menos, expresan lo que los atraviesa. La cuestión de las redes y la subjetividad adolescente ciertamente es un tema del que ocuparse pero no a la manera del show que propone un  noticiero. Y por último, ¿no habría que pensar también en el “victimario” (así nominado en la jerga mediática), otro adolescente? ¿En que es lo que  lleva  a un adolescente a querer lastimar, a hostigar sistemáticamente  a otro? ¿Y a sostener ese acoso durante tanto tiempo? Descartando cuadros patológicos, ¿quién puede disfrutar de esa situación prolongada en el tiempo? Ese otro adolescente está también invisibilizado.
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BIBLIOGRAFÍA MENCIONADA:
CARLI, S.(2009). La cuestión de la infancia.Entre la escuela, la calle y el shopping.  Buenos Aires: Paidós.
MONTES, G.(2001). El corral de la infancia. México: Fondo de Cultura Económica.
ZELMANOVICH, P. Contra el desamparo. Disponible en la web.



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