Algunos
días después de lo de Nuñez me topo con la noticia de que encontraron muerta a
otra adolescente, esta vez, en Haedo Norte. Se trata de Leonela, una chica de 12 años quien se ahorcó
en una obra en construcción pegada a su casa. Otra víctima de bullying. Pero
acá lo que captura mi atención y quiero señalar es algo que no debería
sorprenderme pero, me sorprende. Sí. Algo que me tranquiliza digo, en un clima
interno que me susurra algo como “todavía hay un cachito de esperanza”- que el
fiscal del caso, entrevistado en vivo en un canal de cable, ante la obscena
insistencia de los periodistas con preguntas acerca del estado del cuerpo
(¿marcas? ¿ropa? ¿soga?) se mantiene firme y sólo se limita a repetir que por respeto a la menor y a la familia no va
a responder ese tipo de preguntas.
Tuvo que reiterarlo al menos cinco veces (las conté). Mancillar el cuerpo y el nombre. No importa quién sea Leonela, en serio ¿a quién le
importa? Después de todo es una piba más. Lo que importa es el fenómeno. La
dimensión, los condimentos y los ribetes
que puede adquirir una noticia, aunque sea la del suicidio de una
adolescente, de una nena de 12 años. Entonces ahí, en esa lógica claro cabe la
pregunta por la soga, por el estado del cuerpo, por el estado de la familia
(¿la familia, está en shock?). El morbo.
Dice Sandra Carli en su libro “La cuestión de la infancia” que en el enfoque mediático de los hechos se borra “la
polisemia personal, los matices de cada historia individual, de las tragedias
de cada pequeña historia”. Y es
cierto. Cada caso es un caso policial, los nombres aparecen vaciados de
historia, las víctimas ubicadas en un lugar que siempre es ‘otro’.
Entonces más
tarde o más temprano aparece Facebook para rellenar un silencio que sería
terrible porque llevaría a pensar, a reflexionar. Mientras en la pantalla se fija la imagen del
lugar del hecho un periodista habla de las últimas fotos
subidas en Facebook, de la soga (la soga, el morbo, la soga, el morbo, la soga)
que días atrás Leonela subió como foto de portada…¿y qué nos dice esto? No
importa, por ahí algo tiene que ver, pero si algo tiene que ver igual la pregunta por el
comportamiento de los chicos en las redes no aparece. Después sigue lo de la doble identidad o
identidad falsa (cierto también que tener más de
una cuenta en Facebook y hablar de la vida íntima hasta el hartazgo es
privativo de los adolescentes, ¿no?). El tema del suicidio adolescente sigue pasando
de largo. Y hay algo más: un periodista, demasiado humillado porque su fuente de
información "le falló", porque su versión de los hechos no se confirmó - que
supuestamente Leonela había sido atacada-
desliza un prejuicio tan burdo que es imposible dejar de escuchar, no
registrar: para justificar su versión dice que habiendo al lado de la casa una obra en
construcción, era más que lógico pensar que los trabajadores de la obra podrían haber
encontrado una oportunidad. Cierto que con tener la oportunidad nada más basta para que una persona se vuelva
acosador, violador y/o asesino. Es que reconozcámoslo: cuánto mejor, cuánto más
aliviador si el motivo de la muerte de
Leonela hubiese sido un desconocido, un loco o un obrero de la construcción que
vió la oportunidad y la aprovechó. Es más tranquilizador porque pensar en qué
lleva a una adolescente a suicidarse a los doce años te golpea como
una piña. Tan doloroso como irremediable. O por eso mismo. O por irremediable
cuando ya pasó pero que hace sentir la puntadita de que algo, algo tenemos que
ver los grandes. Los adultos responsables. Y acá vuelvo sobre lo que decía
Graciela Montes y traigo también a la psicoanalista y educadora Perla
Zelmanovich quien, en un texto bisagra para mí Contra el desamparo, dice sin rodeos que siempre, siempre, frente a
los más chicos y adolescentes el adulto es el responsable, que la alteridad debe
mantenerse. Sin embargo hay chicos que crecen en el desamparo de los adultos: “existe una frontera que, aunque a veces se
desdibuje, marca diferencia y distancia con los adultos. Podemos seguir el
rastro de esa diferencia en el desamparo originario, en la completa dependencia
del Otro que inaugura la vida del cachorro humano. Allí encontramos la huella
que hace de la relación con los adultos una relación asimétrica necesaria y
facilitadora del crecimiento, de la que necesitan servirse los pequeños, sea
cual fuere su condición. Necesidad de un Otro que tiene una función
constituyente para el sujeto”. El desdibujamiento de esta frontera entre
chicos y adultos, entre padres e hijos, entre alumnos y maestros termina por
‘llevarse puesta’ una parte de las responsabilidades. El psiquiatra Enrique de
Rosa dijo, al ser consultado, el día de
la noticia de Leonela que hay una creencia entre los adultos de que el adolescente ya
está armado (“Ya es grande, se puede arreglar solo”), una idea de que los chicos
ya saben todo y de que no es necesario saber todo el tiempo lo que hacen porque
uno queda como un metido. Y entonces
las redes a veces son el único medio donde tejen, improvisan una trama que los
ayude a construirse, donde en lo inmediato, al menos, expresan lo que los
atraviesa. La cuestión de las redes y la subjetividad adolescente ciertamente
es un tema del que ocuparse pero no a la manera del show que propone un noticiero. Y por último, ¿no habría que
pensar también en el “victimario” (así nominado en la jerga mediática), otro
adolescente? ¿En que es lo que
lleva a un adolescente a querer
lastimar, a hostigar sistemáticamente a
otro? ¿Y a sostener ese acoso durante tanto tiempo? Descartando cuadros
patológicos, ¿quién puede disfrutar de esa situación prolongada en el tiempo?
Ese otro adolescente está también invisibilizado.
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BIBLIOGRAFÍA MENCIONADA:
CARLI, S.(2009). La cuestión de la infancia.Entre la escuela, la calle y el shopping. Buenos Aires: Paidós.
MONTES, G.(2001). El corral de la infancia. México: Fondo de Cultura Económica.ZELMANOVICH, P. Contra el desamparo. Disponible en la web.
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